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Y 25 años después, ¿qué?

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Fuente: news.163.com

Fuente: news.163.com

Los días anteriores al cuatro de junio y la fecha citada son lo más parecido a la fase final de un Mundial de fútbol: Twitter se llena de comentarios y enlaces, los medios publican las mismas noticias que cada año cambiando alguna coma y alguna que otra foto, y la conciencia humana –excepto la china, que aún sigue sin saber qué ocurrió– recuerda vagamente que hace un cuarto de siglo el sanguinario Partido Comunista Chino se pasó por la piedra a cientos o a un par de miles de estudiantes, en su mayoría, y trabajadores. Y es concluir la efeméride y todo vuelve a la normalidad, como esas tristes navidades españolas en donde visitamos a las personas que durante el resto del año ignoramos. Como si los familiares y amigos de las victimas de aquel fatídico día sólo tuvieran derecho a ser escuchados durante cinco días al año. Demostrándose que tras la censura china durante la pasada semana se suma la autocensura del resto de medios occidentales por el resto del año que ignoran, olvidan y aparcan una masacre que ya no es de actualidad: como si la búsqueda de la verdad estuviera ligada a un almanaque.

Uno de los comentarios más fatídicos que repite la prensa mundial, y la española en particular, para justificar aquella matanza es el de “finalmente el Partido sacó de la pobreza a 400 millones de chinos”, sin tener en cuenta que hoy en día el ciudadano mandarín –y el tibetano y el uigur en particular– sobreviven de manera penosa: infectados del mal de Occidente donde el consumismo es la nueva religión, contaminados hasta límites inigualables gracias a ese extraño progreso que también gusta resaltar a los medios vendidos y asustados, e inutilizados mentalmente por mucho que el Informe PISA diga que los chinos son los más listos, cuando nadie, absolutamente nadie que vive bajo el yugo una dictadura y una censura brutal, puede ser más inteligente que alguien que tiene acceso a cualquier libro de una librería o medio de comunicación en internet.

Desde que hace más de seis décadas Mao tomara las riendas del país –y muy particularmente en estos últimos 25 años desde que aconteció la Masacre de Tiananmén– China ha crecido de manera vertiginosa –venía de debajo de la alcantarilla, no lo olvidemos– y su población ha sido inmunizada para la crítica, la creatividad, la limpieza, el orden y muchas otros asuntos que hacen grande y digno al ser humano. Basta con coger el metro en la ciudad china que ustedes elijan, o conducir un coche por la avenida que deseen, o montar en un vuelo interno de Air China o China Eastern, o acudir a alguno de sus restaurantes para comprobar qué tipo de evolución cultural y humana ha sufrido el ciudadano chino. Se me olvidaba: intenten salir de un ascensor en un edificio de, por ejemplo, Pekín, con nativos esperando para montarse en él.

En este blog, para los cortos de miras o los manipuladores simplistas, no me propongo insultar a China o al chino, sino denunciar: especialmente porque según los economistas y políticos mundiales considerados expertos China podría ser el nuevo jefe del mundo. Y entonces sí que ya será tarde para denunciar ya que cuando China tome la manija de la Tierra todo lo que les acabo de explicar que padecen los chinos sin que ni siquiera lo sepan se extenderá al resto del mundo. Así de crudo y así de fácil. ¿O es que hay algún iluso que piense que si China manda sobre el resto internet, entre otras muchas cosas, será libre?

La foto que adjunto a este texto no ha habido que rebuscarla en la inmensidad de internet. Son del citado cuatro de junio y en ella se muestra cómo quedó una playa de Shenzhen, ciudad fronteriza con Hong Kong –o sea, no hablo de la paupérrima provincia de Gansu–, tras la visita de cientos de chinos con ganas de remojarse y darle a la mandíbula. Si observan la imagen verán tanta basura y tanto desorden que lo que realmente me llama la atención es que nadie eleve la voz para denunciarlo cuando hace ya un lustro que hice lo mismo y algunos de mis lectores/detractores me insinuaron que “están saliendo de la pobreza y aprendiendo: dales unos años”. Siempre me ha llamado la atención observar al perverso occidental defendiendo a esa dictadura sanguinaria que dirige a cientos de millones de tipos peligrosos con términos entre infantiles y adolescentes. Cuando la inmensa mayoría de los que fueron a esa playa a destrozarla –en el fondo es una copia, y el chino es el mejor falsificador del mundo, de lo que su propio gobierno realiza con su país y sus cerebros– lo hicieron a lomos de coches no precisamente baratos mientras tecleaban a la vez los últimos gritos en teléfonos táctiles, iPads y demás absurdeces traídas y pensadas desde, no lo olvidemos, Occidente. Que China, 30 años después, sigue fabricando y como mucho, copiando y falsificando; además de censurando, encarcelando y ajusticiando.

Y entonces, viendo el devenir de un país que supuestamente nos marcará la agenda y que es casi el 25% de la población mundial, me pregunto qué tipo de evolución ha sufrido ese pueblo que al menos hace un cuarto de siglo fallecía por defender derechos fundamentales y que hoy lo hace, como moscas, de cáncer o tras intoxicaciones alimentarias sin que nadie siquiera rechiste. Porque otro de los chistes de China es que los datos de exportaciones y parecidos pueblan los diarios propios y ajenos y que nadie, absolutamente nadie, haya caído en la cuenta de preguntar cuántos millones de chinos fallecen cada año por culpa de la polución, los alimentos envenenados y el agua contaminada por metales pesados. Y lo mejor de todo: la cosa va a peor.


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